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¿El libro impreso va a desaparecer?

No. ¿Entonces, va a ser un artículo de lujo? Tampoco. ¿Lo va a sustituir el libro electrónico? No, son complementarios.

El libro se caracteriza —principalmente— por ser práctico. Los años pasan y el libro no ha sufrido grandes cambios. Recurrimos a él y sabemos que funcionará de una manera muy apropiada. Seguramente va a disminuir su producción —los árboles lo agradecen—, pero es una herramienta bien diseñada, perfeccionable, pero con grandes ventajas sobre los libros electrónicos.

La tecnología avanza, las computadoras simplifican los procesos de la cadena de producción, los programas de diseño son más poderosos, y aún con todos estos elementos que han abaratado los costos de impresión, el precio del libro aún no ha disminuido. ¿Por qué? No hay razón.

En la industria musical se evidenció que la diferencia entre el costo sumamente bajo de un cd virgen vs un cd original de un grupo musical correspondía a la venta, distribución y producción, y una pequeña porción—muy pequeña— eran las regalías para los músicos. Estas mismas regalías los músicos las pueden obtener desde otras plataformas, como itunes, por citar un ejemplo. Esto es exactamente lo que sucede en la industria editorial. Se vislumbra, no es nada nuevo.

Ahora se habla de que el libro impreso va a desaparecer, que la editoriales están perdiendo, que el libro electrónico es una amenaza, que Amazon es un monstruo. Ahora se habla de todo esto, pero las editoriales llevan años sacándose de la manga un valor agregado al asignar el precio público de los libros, poniendo precios exhorbitantes al público, sin regulación, exageradamente lejos del costo que implica la revisión de textos, el diseño, el papel, la tinta y la encuadernación. En cambio, sin deseos de querer corregir el camino y ajustarse a un precio razonable se apegan a la costumbre que les dicta tener el sartén por el mango.

Son las editoriales las que deben replantearse el negocio, no es el libro el que tiene problemas, basta con que lo sometamos a este último a un examen sobre su existencia y permanencia y siempre nos hará ver lo funcional que es: sus hojas de papel, su tinta impresa que es perfectamente legible, su olor, su perfecto equilibrio con la luz del ambiente, su diseño. El punto más débil ha sido es el costo y cada día que pasa, las herramientas para hacer libros profesionales son más accesibles, sin tener que hacer grandes inversiones para «redituar» el costo —el mito de tener que imprimir un mundo de libros para poder costearlo—.

En la actualidad, el verdadero reto es ofrecer un contenido de calidad y mientras existan personas con deseos de escribir y contar buenas historias, o simplemente con el gusto de compartir sus ideas, las editoriales tendrán que adaptarse a las necesidades de los autores o olvidarse de algún tiempo fueron el poder detrás del trono.